Hubo una vez, no hace mucho tiempo, una princesa que se convirtió en mariposa porque la bruja de la tristeza le hizo un hechizo. Entonces ella voló y revoloteó por bosques, cañadas, matorrales, campos, sembrados, castillos, pastizales, en busca de una cura que no encontró. La pobre mariposita duró 22 años buscando el remedio hasta que una vez, ya dada por vencida, mientras descansaba junto a una laguna y bebía agua de la orilla, conoció a un sapo negro que la hizo reír con historias y cuentos inventados, con muecas y figuras hechas con su boca grande y los dedos de sus manos pequeñas. Allí, junto al agua, pasaron muchos días hablando, riendo, cazando insectos que comían en recetas que el sapo preparaba, también estuvieron enamorándose. Entonces, ese inentendible milagro del amor, poco a poco fue transformando a la mariposa en esa princesa hermosa y risueña que una vez fue y el sapo, el sapo negro, se convirtió en un príncipe azul de elegantes ropajes y barba negra. Pero la bruja de la tristeza que, dicen, no hace ningún hechizo incurable, infectó el agua de la laguna con una pócima llamada tiempo. Así fue como el príncipe dejo de cocinarle a la princesa, de contarle cuentos, de enamorarla.Y ¿sabes?, poco a poco, otra vez, él se fue convirtiendo en el mismo sapito que un día fue: primero fueron las manos, luego las patas, la barriga, los ojos, por último el corazón. Lo curioso de este hechizo es que el sapo, cuando se miraba al espejo, sólo veía al príncipe que decía ser... Entonces la princesa, la princesa valiente, fue a la laguna y recogió las alas de mariposa que dejó allí cuando empezó a transformarse, se las puso, se recogió el cabello, consiguió unos espejuelos para protegerse los ojos del viento y emprendió de nuevo el vuelo como antes, cuando estaba hechizada. Y voló y revoloteó por bosques, cañadas, matorrales, campos, sembrados, castillos, pastizales, calles, pueblos, condados, en busca de la cura para su príncipe-sapo, pero otra vez, como antes, no la encontró. Entonces cuando estaba ya casi derrotada, otra vez descansando, otra vez al lado de la laguna de vuelta a casa, encontró ahí a su sapo y volvieron a hablar y recordar las historias y a reír y a llorar y a cocinar insectos en recetas inventadas y a ser amigos y a enamorarse de nuevo... Fue cuando ambos entendieron que el amor también es un hechizo que, al parecer, es más fuerte que la tristeza. El milagro se hizo de nuevo.
Por JER.
